Aranceles mexicanos mueven las fichas geopolíticas regionales
El nuevo esquema arancelario aprobado por México —con gravámenes de hasta 50% sobre textiles, acero, autopartes y otros bienes provenientes en su mayoría de Asia— trasciende la lógica económica. La medida se inscribe en un momento de repliegue global y presiones crecientes de Washington para contener la expansión industrial china en el hemisferio occidental. Al modificar el costo de entrada de productos asiáticos, México envía una señal que impacta más allá de sus fronteras.
Mientras el Gobierno argumenta que los aranceles buscan apuntalar la producción nacional y corregir un déficit comercial estructural con China, especialistas advierten que la decisión también acomoda intereses estratégicos de Estados Unidos. La Casa Blanca ha presionado para que sus socios reduzcan la triangulación de mercancías chinas y fortalezcan cadenas norteamericanas de suministro en sectores clave. Desde esa óptica, el viraje mexicano funciona como un muro comercial que coincide con las prioridades de Washington.
Las consecuencias geopolíticas no terminan ahí. La medida podría tensar la relación con Pekín, que ha consolidado presencia económica en América Latina durante dos décadas. La sustitución de importaciones asiáticas por bienes estadounidenses o canadienses reconfigura el equilibrio regional, en un momento en que China diversifica inversiones y busca rutas comerciales menos vulnerables a presiones políticas. México, por su parte, apuesta a convertirse en plataforma manufacturera privilegiada en la disputa hegemónica.
El reto central será convertir ese reposicionamiento en beneficios reales. Si los aranceles no van acompañados de inversión industrial y modernización tecnológica, México corre el riesgo de asumir costos inflacionarios sin obtener la influencia que pretende en el nuevo mapa geoeconómico. En un escenario global marcado por rivalidades crecientes, cada movimiento comercial adquiere un significado político de largo alcance.









