Un millón de personas se manifestaron en Israel para exigir el fin de la guerra en Gaza y la liberación de rehenes, en la protesta más grande desde el inicio del conflicto. Las marchas se extendieron por todo el país, desde Tel Aviv hasta Jerusalén, con familias de cautivos denunciando la negativa del gobierno a negociar con Hamas.
La presión social se intensificó con bloqueos de carreteras y concentraciones frente a residencias oficiales. Sin embargo, el primer ministro Benjamin Netanyahu advirtió que detener la guerra sin derrotar a Hamas fortalecería al grupo islamista. Ministros de su gabinete calificaron las protestas de “perjudiciales” y acusaron a los manifestantes de debilitar al país frente a sus enemigos.
El contraste entre las demandas ciudadanas y la línea dura del gobierno refleja una fractura interna. Mientras la población exige vida y acuerdos, el liderazgo insiste en la fuerza militar. La pregunta que queda abierta es cuántas vidas más deberán sacrificarse antes de que prevalezca el diálogo sobre la violencia.
