La ley como discurso y como instrumento
El diferendo entre Claudia Sheinbaum y Ricardo Salinas Pliego reaviva un viejo dilema mexicano: ¿la ley es norma general o herramienta selectiva del poder? La Presidenta, al insistir en “la ley es la ley”, busca marcar distancia con el estilo de López Obrador, quien relativizó esa fórmula. Sin embargo, el contraste revela más continuidad que ruptura: la legalidad se invoca para adversarios, no para el propio poder.
El caso Salinas Pliego simboliza una disputa fiscal convertida en espectáculo político. El populacherismo de “toma chocolate, paga lo que debes” seduce a la opinión pública, pero deja intacto el fondo: la capacidad de Hacienda para cobrar con eficacia sin mediatizar el proceso. El énfasis retórico puede opacar la necesidad de aplicar reglas claras y consistentes para todos.
El problema de fondo es estructural: la misma administración que exige cumplimiento arrastra ilegalidades propias, como el cuestionado proceso de elección en el Poder Judicial. Ahí la máxima presidencial se vuelve impronunciable. La legalidad aparece como herramienta política, no como principio rector.
La pregunta es incómoda: ¿puede un gobierno erigido sobre excepciones sostener un discurso de legalidad absoluta? El riesgo es que el dictum “la ley es la ley” se vacíe de sentido, se convierta en arma retórica y erosione más la confianza ciudadana. La legitimidad no se construye en frases, sino en el ejemplo.




