Trump y Salinas Pliego, espejos del poder estridente
Las conferencias de Donald Trump han vuelto a exhibir un estilo político que combina insultos, desinformación y una gestualidad marcada por el exceso. La escena —entre berrinches, descalificaciones y ataques a periodistas— revive un tipo de liderazgo que confunde volumen con autoridad. En paralelo, crece el interés por observar cómo ese modelo resuena en figuras latinoamericanas que han adoptado tácticas comunicativas similares para moldear la conversación pública y desactivar críticas incómodas.
En México, Ricardo Salinas Pliego ha construido un altavoz capaz de marcar agenda mediante provocaciones diarias en redes. Sus respuestas a cuestionamientos, en especial cuando provienen de mujeres, reproducen un patrón que recuerda la lógica trumpista: burla, desdén y descalificación rápida para desplazar el debate. Aunque sus posiciones de poder son distintas —uno expresidente, el otro magnate mediático— ambos operan bajo un mismo registro: convertir la esfera pública en un escenario personal donde el ataque es recurso cotidiano.
El uso reiterado de la desinformación fortalece este estilo. Tanto Trump como Salinas emplean narrativas fabricadas para moldear percepciones y sostener fidelidades políticas o corporativas. La estrategia se apoya en apodos, chistes y comentarios sarcásticos que buscan minimizar a quien cuestiona y amplificar su propia autoridad. Ese tono insolente, presentado como valentía, termina por normalizar dinámicas de hostilidad en el debate público y desplazar discusiones de fondo.
El resultado es un clima político saturado de ruido, donde la conversación queda reducida a confrontación y espectáculo. Para una ciudadanía cansada de la estridencia, surge la necesidad de exigir espacios donde el poder escuche más y grite menos. Frente a líderes que convierten cada micrófono en un ring, crece la demanda por recuperar un diálogo que no dependa del insulto ni del sarcasmo para sostenerse.









