La Casa Blanca ajusta su arquitectura estratégica
Estados Unidos presentó una actualización de su Estrategia de Seguridad Nacional que busca reposicionar su poder en un escenario internacional fragmentado. El documento endurece su visión del hemisferio occidental y revive, en términos contemporáneos, la lógica de la Doctrina Monroe, al plantear un control más estricto sobre migración, cadenas de suministro y presencia de potencias extrarregionales. La idea de un “dominio exclusivo” regional vuelve al centro del discurso estratégico de Washington.
La Casa Blanca afirma que “la era de las migraciones masivas ha terminado” y eleva la seguridad fronteriza a prioridad nacional. La paradoja, señalan especialistas, es que la política económica impulsada por Estados Unidos suele incentivar la expulsión de población en países dependientes de exportaciones primarias. A ello se suma el endurecimiento del combate transnacional al narcotráfico, que ahora se enmarca en una visión más abierta al uso extraterritorial de la fuerza.
El documento también marca distancias con Europa. Aunque exige al continente asumir la “responsabilidad primaria” de su defensa, impulsa una salida rápida al conflicto en Ucrania y un realineamiento estratégico hacia el Indo-Pacífico. La OTAN, se anticipa, deberá operar cada vez más como un instrumento de presión sobre China, a la par de la búsqueda de una “estabilidad estratégica” con Rusia que reduzca tensiones sin debilitar la primacía estadounidense.
Washington asegura que pretende “paz mediante fortaleza”, pero la práctica reciente —desde operaciones letales en el Caribe hasta amenazas de intervención en América Latina— contradice ese mensaje. La pregunta de fondo es si Estados Unidos puede sostener un orden global renovado sin recurrir al uso expansivo de la fuerza, o si esta estrategia es, más bien, un intento de reconstruir una unipolaridad que ya no corresponde al mundo actual.









