A siete años del ascenso de Morena, México vive un reacomodo estructural que difícilmente puede describirse como continuidad pura. La llegada de López Obrador en 2018 marcó una ruptura con el modelo neoliberal, mientras que la presidencia de Claudia Sheinbaum consolidó un proyecto que hoy controla buena parte del mapa político. El meteórico avance electoral del partido —de no existir a gobernar 24 estados— explica parte del nuevo escenario, pero no agota las preguntas que surgen en torno a sus resultados.
En materia económica, los gobiernos de Morena impulsaron aumentos sostenidos al salario mínimo y expandieron la política social, lo que redujo la pobreza según cifras del Inegi y la Cepal. Sin embargo, el crecimiento económico no ha acompañado al ritmo de esa mejora y persisten dudas sobre la dependencia comercial con Estados Unidos y los retos que implica el Plan México, la apuesta de Sheinbaum por reindustrializar al país. La discusión técnica, coinciden especialistas, sigue atrapada entre lecturas ideológicas y diagnósticos parciales.
En seguridad, el contraste entre discurso y realidad continúa siendo uno de los puntos más sensibles. López Obrador prometió una estrategia distinta, pero heredó a Sheinbaum un país con más homicidios y desaparecidos que en 2018. El viraje operado por la actual mandataria, con Omar García Harfuch al frente, apunta a un énfasis en inteligencia y coordinación, aunque los problemas estructurales —corrupción, impunidad, cuerpos policiales débiles— siguen sin resolverse de fondo.
La política exterior muestra un equilibrio complejo entre defensa de la soberanía y pragmatismo frente a Washington, especialmente con el regreso de Donald Trump. El cambio más profundo, no obstante, ocurrió en casa: la reforma que sometió al voto popular al Poder Judicial. Con ello, Morena completó un ciclo de transformación institucional cuyo alcance, beneficios y riesgos apenas empiezan a perfilarse en el México que viene.
