México registró en 2025 su mayor volumen histórico de importaciones de granos, con 40.7 millones de toneladas entre enero y octubre, según datos de la ANAM. El aumento, impulsado por un récord de compras de maíz amarillo y blanco, revela un fenómeno complejo que combina presión de la demanda interna, efectos de la sequía y distorsiones del mercado internacional. Aunque la Secretaría de Agricultura afirma que no hubo caída productiva significativa, expertos señalan que la sequía en estados clave como Sinaloa redujo rendimientos y elevó la dependencia del exterior.
El incremento del consumo de proteína animal —vinculado al alza del salario mínimo y a la salida de millones de personas de la pobreza— también elevó el uso de granos para forraje. A ello se suma la política de exención de aranceles del Pacic, que incentivó a grandes empresas a importar a menor costo. Analistas destacan que el maíz estadounidense, subsidiado y mayoritariamente transgénico, entra al país a precios más bajos que la producción nacional, creando una brecha que impacta a agricultores mexicanos y refuerza la dependencia de insumos externos.
Aunque México es autosuficiente en maíz blanco para consumo humano, la producción de maíz amarillo —clave para la industria alimentaria y pecuaria— no cubre la demanda. La falta de tecnificación y el bajo rendimiento por hectárea agravan este rezago: mientras Estados Unidos obtiene más de 11 toneladas por hectárea, México promedia menos de cuatro, con excepciones como Sinaloa. La vulnerabilidad hídrica también pesa: la escasez de agua para riego y el deterioro ambiental limitan la capacidad de expansión agrícola.
Especialistas coinciden en que, sin una estrategia de largo plazo que combine inversión en tecnificación, manejo sustentable del agua y fortalecimiento de pequeños y medianos productores, México seguirá expuesto a variaciones externas. El récord de importaciones, más que un dato aislado, es un síntoma de una dependencia estructural que el país aún no logra revertir.
