La semana cerró con una nueva grieta en el discurso de “austeridad republicana” que Morena presume como sello de identidad. Fotos y videos de Andrés Manuel López Beltrán —hijo del expresidente— en un hotel de cinco estrellas en Tokio, así como de Ricardo Monreal desayunando en el exclusivo Rosewood Villa Magna de Madrid, reavivaron las denuncias de incongruencia interna. Los lineamientos éticos avalados en mayo exigen evitar primera clase, turismo de lujo y “signos de ostentación”. Sin embargo, los protagonistas de la llamada transformación decidieron vacacionar sin reparar en la imagen que proyectan a un electorado golpeado por la desigualdad.
La presidenta Claudia Sheinbaum reaccionó con un recordatorio público: “Tenemos responsabilidad política; el poder se ejerce con humildad”. Luisa María Alcalde, líder de Morena, justificó que los viajes “se pagan con recursos personales”, aunque admitió que exhibir lujos erosiona la credibilidad del movimiento. Para el politólogo Javier Rosiles, el problema no es salir del país, sino el contraste entre la narrativa de cercanía con “el pueblo” y los gastos que la mayoría no puede costear.
La oposición aprovechó el tropiezo. Legisladores del PAN y PRI acusaron “hipocresía” y señalaron que, mientras escasean medicinas y programas sociales sufren recortes, la élite guinda disfruta restaurantes donde una botella cuesta más que un salario anual. Analistas como José Antonio Crespo advierten que el episodio revela un populismo que habla de pobreza mientras consolida una nueva clase privilegiada.
El reto para Morena no es solo disciplinar a sus cuadros, sino demostrar que la austeridad es más que propaganda. De lo contrario, la frase “no somos iguales” podría convertirse en bumerán electoral en 2027.
