La gobernadora Rocío Nahle aseguró que la maestra Irma Hernández murió de un infarto, “les guste o no les guste”. La docente jubilada, que también trabajaba como taxista, fue secuestrada por un grupo criminal, golpeada y obligada a grabar un video de amenaza antes de ser hallada sin vida. El caso desató críticas nacionales por la violencia y la respuesta oficial.
El peritaje médico reveló afectaciones cardíacas y lesiones por golpes, pero Nahle desvió el foco acusando a medios y “odiadores” de lucrar con la tragedia. En conferencia, calificó la cobertura como “miserable” y aseguró que hay un “nado sincronizado” desde la Ciudad de México para afectar su gobierno.
Minimizar un caso que evidencia la inseguridad estructural y el abandono institucional no solo revela insensibilidad, sino que muestra un poder más preocupado por su imagen que por sus víctimas. Gobernar no debería ser competir con el dolor.
