Desde que Israel y Hamás firmaron la primera fase del acuerdo de paz el 9 de octubre de 2025 —respaldado por Arabia Saudita, Egipto, Catar y Turquía—, Donald Trump ha retomado su vieja ambición de convertir Gaza en un proyecto inmobiliario estratégico. El magnate republicano, presidente de Estados Unidos, ve en la reconstrucción del enclave una oportunidad de negocio bajo el discurso de “renacer la región”.
Durante años, Trump y su yerno Jared Kushner han promovido la idea de transformar Gaza en la “Riviera del Medio Oriente”, enfocando la recuperación más en la rentabilidad que en la reconstrucción social. Sus declaraciones sobre que los palestinos “no necesitarán volver” porque tendrán “mejores viviendas” han generado malestar diplomático y críticas por deshumanizar el conflicto.
La Organización Trump mantiene múltiples acuerdos en Omán, Dubái y Arabia Saudita con desarrolladoras como Dar Global, mientras que Kushner ha recibido inversiones millonarias del fondo soberano saudí, alimentando sospechas de conflicto de interés entre la Casa Blanca y los negocios familiares. La familia Trump busca capitalizar su marca en la reconstrucción, más como consultores de lujo que como inversionistas directos.
Con la guerra concluida y la reconstrucción en marcha, Gaza se perfila como el siguiente escaparate del capital estadounidense. Pero la visión de Trump plantea un dilema: ¿es la “paz” una oportunidad para restaurar vidas o para levantar torres con vista al Mediterráneo? Detrás del discurso de prosperidad, persiste la sospecha de que la reconstrucción podría convertirse en el negocio del siglo.
