La nueva composición de la Suprema Corte no es un simple relevo institucional. Representa una transformación profunda en el papel del derecho constitucional frente al poder. Hoy, más que nunca, el país necesita una Corte que no responda a redes cerradas, sino a la ciudadanía y a la Constitución.
Críticas recientes han sugerido que la nueva Corte carece de “excelencia técnica”, pero este argumento se apoya en la nostalgia de privilegios pasados. La técnica jurídica no pertenece a élites o despachos influyentes. Se construye en juzgados, con ética, trayectoria y compromiso. La independencia no se mide en salarios, sino en carácter.
Durante décadas, el “prestigio académico” sirvió para excluir y concentrar poder. Democratizar la Corte es abrir espacios a jueces de carrera, defensores públicos y voces regionales. Una Corte plural no debilita la justicia: la enriquece. El desafío está en romper el círculo cerrado de lealtades y recuperar su función pública.
Finalmente, la Corte debe dejar de hablar solo para expertos. El acceso a la justicia también es entenderla. Cada sentencia debe ser clara, transparente y comprensible. Porque solo una justicia que se explica puede aspirar a ser respetada. La legitimidad no se hereda, se construye. Y el reto de esta nueva SCJN apenas comienza.
