mié. Dic 31st, 2025

Un mundo fracturado y la alternativa de una vida sencilla de Win Wenders

En el transcurso del siglo XIX aparecen las tecnologías de gramatización de la percepción audio-visual y, a partir de ello, serán los flujos de los órganos de los sentidos los que se encuentren discretizados. En lo sucesivo, todas las funciones noéticas, psicomotrices y estéticas se verán transformadas por el proceso de gramatización.

Bernard Stiegler, Para una nueva crítica de la economía política.

La obsesión humana, y tal vez llevada al extremo por la llamada cultura occidental (cultura europea), es la de fijar al mundo que inevitablemente percibimos como lleno de cambios y transformaciones. Esto lo hemos buscado ya sea tomándole la “foto” en la pintura, escultura y obviamente la foto, pero sobre todo a través del texto y las palabras. Pero la paradoja es que tanto en su forma hablada-sonora como en la escrita-sígnica “captar” el mundo implica también meterla en un flujo. La imagen congela y, por tanto, busca el no-tiempo, la simultaneidad perceptiva, captar una totalidad por medio de un fragmento.

El lenguaje escrito y hablado, en cambio, no puede congelar el mundo fuera del tiempo, sino que lo fija fragmentándolo en el tiempo. El mundo fijo-fragmentado fluyendo en las palabras a través del tiempo. Pero ¿qué es lo que queremos captar como conocimiento, como la verdad del mundo, qué es esa cosa fija que deseamos encontrar sin descanso? Es una esencia, un primer movimiento, una causa primera que nos permita controlar el futuro, un instante esencial que explique y defina a todos los seres, incluso a nuestro “yo” y al mismísimo tiempo. Este fantasma lo buscamos en el arte, en la perfecta organización social, en la ciencia por medio de las ecuaciones que expliquen a las fuerzas, la materia y el universo. Sin embargo, el mundo se nos continúa escapando de nuestros sistemas de representación.

Esta estructura fundacional de nuestra manera de conocer el mundo y a nosotros mismos ha marcado nuestra experiencia del mundo y de ahí se ha derivado otra obsesión human, su tecnología que como bien nos lo visualiza Kubrick empieza con nuestras herramientas que pueden servir para muchas cosas positivas o convertirse en armas. El desarrollo tecnológico, en manos de unas nuevas clases gobernantes surgidas bajo este diseño cultural, ha buscado aumentar sin cesar la productividad y la eficiencia, desde más textiles hasta más ciclos de cálculo por segundo de nuestros CPU y GPU.

Y como cultura derivada del texto y de su correlato tecnológico, seguimos queriendo atrapar la realidad fragmentándola. Nuestra última versión es las redes sociales y las inteligencias artificiales, ambas reconstruyendo-destruyendo nuestras subjetividades y a nuestras sociedades. Flujos inconexos de imágenes y textos inundan nuestras horas de “ocio” y a través de flujos humanizados de información producida por cálculos llamados inteligencia artificial nos eliminan rápidamente nuestra capacidad de pensar críticamente.

Por ello la película de Win Wenders Días perfectos de 2023 es realmente extraordinaria, pues nos sugiere recuperar nuestro mundo y nuestro ser a través del viejo dicho de “menos es más” atribuido al arquitecto Mies van der Rohe, pero es rastreable en la tradición budista y taoísta o en el filósofo griego Séneca que decía “No es el hombre que tiene poco, sino el que desea más, el que es pobre”. Este director no solo propone escapar al consumismo y a la presión social que ello implica, sino que es una vía personal y política de darle sentido a nuestra vida. El sentido (que el capitalismo da a meses con intereses y con fecha de caducidad) está en recuperar nuestra sensibilidad al volver a ver el mundo cotidiano, a la naturaleza que se esconde en la ciudad, en la realización minuciosa de un trabajo simple, en darnos tiempo para sentir y pensar. No es una película en la que veríamos al león nietzscheano diciendo ¡no!! y enojándose contra todo. Es una película sobre el filósofo-artista-niño que construye su propio sentido a través de la risa y el canto, que produce un optimismo absolutamente infundado y por ello tan vital. La vida-naturaleza, dice Chico Buarque, no tiene sentido ni nuca tendrá: hay que construirlo a pesar de todo. Y ese sentido nos puede recuperar la unidad dionisiaca de nuestro ser y el mundo.