mié. Dic 31st, 2025

Los límites históricos y humanos del ideal democrático

ByJuan Garay

06/02/2025

Antecedentes históricos de los fracasos de la democracia

La democracia, como sistema de gobierno donde el poder reside en el pueblo o en sus representantes electos, se ha experimentado en diversas formas a lo largo de la historia, desde la antigua Atenas hasta los Estados-nación modernos. Si bien a menudo se ha celebrado como un medio para promover la equidad y la representación, su historial revela fallos recurrentes que minan su eficacia.

Un primer ejemplo, la democracia ateniense, a menudo citada como la cuna de la gobernanza democrática, permitía a los ciudadanos participar directamente en la toma de decisiones. Sin embargo, su alcance era limitado: solo los ciudadanos varones libres podían participar, excluyendo a las mujeres, los esclavos y los extranjeros, que constituían la mayoría de la población. Esta exclusividad condujo a una gobernanza que priorizaba los intereses de una élite limitada. El sistema también era propenso a la demagogia, como se vio en el caso de Alcibíades, cuya retórica populista condujo a Atenas a desastrosas aventuras militares como la Expedición a Sicilia (415-413 BCE). El modelo ateniense se derrumbó bajo presiones externas (p. ej., la Guerra del Peloponeso) y la inestabilidad interna, con frecuentes cambios hacia la oligarquía, como el gobierno de los Treinta Tiranos en el 404 BCE.

Posteriormente, la República Romana combinó elementos democráticos con control aristocrático, con instituciones como el Senado y las asambleas populares. Sin embargo, el poder se concentraba en las familias patricias y la corrupción era rampante, como se vio en el sistema clientelar y el soborno generalizado en las elecciones. Los mecanismos democráticos de la república no lograron abordar la desigualdad económica, lo que condujo a levantamientos populistas (p. ej., los hermanos Gracos) y guerras civiles. La concentración de poder en figuras como Julio César y el eventual ascenso de Augusto como emperador marcaron el colapso de la república, poniendo de relieve cómo las instituciones democráticas pueden erosionarse bajo un liderazgo carismático y la disparidad socioeconómica.

En la edad moderna, la Mancomunidad Inglesa (1649-1660), bajo el liderazgo de Oliver Cromwell, intentó un gobierno republicano tras la ejecución de Carlos I. Sin embargo, el faccionalismo, el extremismo religioso y la asunción de poderes dictatoriales por parte de Cromwell como Lord Protector revelaron la fragilidad de los ideales democráticos ante la división ideológica y los vacíos de poder. De igual manera, la Revolución Francesa (1789-1799) pretendió establecer principios democráticos, pero desembocó en el Reinado del Terror, donde el gobierno de las turbas y facciones radicales como los jacobinos socavaron la estabilidad, allanando el camino para el régimen autoritario de Napoleón.

En los siglos XX y XXI, las democracias liberales se han enfrentado a desafíos que exponen sus vulnerabilidades. La República de Weimar (1919-1933) en Alemania es un excelente ejemplo, donde la inestabilidad económica, la hiperinflación y la polarización política propiciaron el ascenso de Adolf Hitler mediante elecciones democráticas. De igual manera, las democracias contemporáneas a menudo se enfrentan a la apatía electoral, la desinformación y la polarización. Por ejemplo, estudios indican que la participación electoral en las principales democracias, como Estados Unidos, ha rondado con frecuencia por debajo del 60% en las elecciones presidenciales, lo que refleja una falta de compromiso. Los movimientos populistas en diversos países, impulsados ​​por la desigualdad económica y la desconfianza en las instituciones, han tensado aún más los sistemas democráticos, lo que en ocasiones ha provocado retrocesos autoritarios, como se vio en casos como el de Hungría bajo el gobierno de Viktor Orbán.

Históricamente, la democracia se ha tambaleado debido a varios factores incluyendo estructuras excluyentes que limitan la participación ciudadana (p. ej. Atenas, las primeras repúblicas) agraviando a grandes grupos, socavando la legitimidad.

También podemos afirmar que la democracia es susceptible a la manipulación. Los demagogos y populistas explotan los mecanismos democráticos para alcanzar el poder. Las crisis económicas o sociales a menudo erosionan las normas democráticas en favor del autoritarismo. Y finalmente las divisiones impiden el consenso, lo que lleva a la parálisis o al colapso.

La psicología humana presenta importantes barreras para una gobernanza eficaz, especialmente en sistemas democráticos que se basan en la toma de decisiones colectiva y la rendición de cuentas del liderazgo. Varios atributos contribuyen a estos desafíos, el egoísmo, la tendencia a priorizar el interés propio sobre el bienestar colectivo, socava la gobernanza. Los líderes impulsados ​​por el egoísmo pueden buscar el beneficio personal o el poder a expensas del bien común. Por ejemplo, los escándalos políticos relacionados con la corrupción (p. ej., el escándalo Watergate de la década de 1970) ilustran cómo los motivos egoístas pueden erosionar la confianza en la gobernanza. Los votantes también pueden priorizar intereses personales o tribales, apoyando políticas o candidatos que los benefician directamente en lugar de a la sociedad en general.

Los seres humanos somos propensos a sesgos como el sesgo de confirmación, donde las personas buscan información que se alinee con creencias preexistentes, y el pensamiento colectivo, que reprime la disidencia en la toma de decisiones colectiva. Estos sesgos dificultan la formulación racional de políticas. Por ejemplo, la guerra de Irak de 2003, apoyada por gobiernos democráticos, se debió en parte a evaluaciones de inteligencia sesgadas y al pensamiento colectivo, lo que condujo a resultados catastróficos.

Los seres humanos usualmente preferimos las recompensas inmediatas sobre la estabilidad a largo plazo, una tendencia que se exacerba en las democracias donde los ciclos electorales incentivan el populismo a corto plazo. Los políticos pueden favorecer políticas que producen resultados rápidos (por ejemplo, recortes de impuestos) en lugar de abordar problemas sistémicos como el cambio climático, que requiere un esfuerzo sostenido. Estudios psicológicos, como los de Daniel Kahneman, destacan cómo los seres humanos desestiman los riesgos futuros, una característica que dificulta una gobernanza eficaz.

La toma de decisiones emocional, impulsada por el miedo, la ira o el tribalismo, puede desestabilizar los procesos democráticos. En el referéndum del Brexit (2016) fuertemente manipulado por una campaña en redes sociales, las apelaciones emocionales al nacionalismo eclipsaron los argumentos económicos, lo que condujo a un resultado profundamente divisivo. La investigación psicológica sobre la toma de decisiones afectiva muestra que las emociones a menudo prevalecen sobre la deliberación racional, especialmente en situaciones de estrés o incertidumbre.

Muchas personas, incluidos los líderes, carecen de la autoconciencia necesaria para reconocer sus limitaciones o sesgos. Esto puede llevar a un exceso de confianza en la toma de decisiones, como se observa en ejemplos históricos como la política de apaciguamiento de Neville Chamberlain antes de la Segunda Guerra Mundial, que subestimó las ambiciones de Hitler. Estudios psicológicos sugieren que la autoconciencia es fundamental para el liderazgo, pero a menudo es deficiente en puestos de alto riesgo.

Estos atributos —egoísmo, sesgos cognitivos, pensamiento cortoplacista, reactividad emocional y falta de autoconciencia— crean un entorno de gobernanza donde la toma de decisiones racional, altruista y a largo plazo resulta difícil, especialmente en democracias que amplifican las deficiencias humanas mediante la participación masiva.

Filosóficamente, la democracia se basa en premisas que, si bien atractivas, presentan deficiencias al ser analizadas, lo que la convierte en un ideal impracticable en muchos contextos. A continuación, se presentan argumentos filosóficos clave que critican los supuestos fundamentales de la democracia:

Premisa 1: La competencia de las masas

La democracia asume que el juicio colectivo de las masas conduce a una gobernanza sólida. Sin embargo, pensadores como Platón, en La República, argumentaron que la mayoría de las personas carecen del conocimiento o la virtud necesarios para gobernar eficazmente. La alegoría platónica del barco, donde una tripulación inexperta (las masas) anula las órdenes de un capitán hábil (un líder competente), ilustra cómo la toma de decisiones democrática puede priorizar la popularidad sobre la experiencia. La evidencia moderna, como el papel de la desinformación en las elecciones (p. ej., las elecciones estadounidenses de 2016), respalda esta crítica, ya que los votantes a menudo carecen del tiempo, la experiencia o el acceso a información precisa para tomar decisiones informadas.

Premisa 2: Igualdad de voz

La democracia postula que todos los ciudadanos deben tener la misma voz, pero esto ignora las disparidades en influencia, riqueza y acceso a la información. Filósofos como John Stuart Mill, si bien defendía la democracia, reconoció en Sobre la libertad que la desigualdad en educación y condiciones socioeconómicas distorsiona la participación igualitaria. En la práctica, los grupos más ricos o los conglomerados mediáticos influyen desproporcionadamente en la opinión pública, socavando el ideal igualitario. Esto crea un sistema donde la “igualdad” es nominal en lugar de sustancial.

Premisa 3: Deliberación Racional

La democracia asume que la deliberación pública conduce a resultados racionales. Sin embargo, el concepto de “esfera pública” de Jürgen Habermas destaca cómo la deliberación a menudo se ve corrompida por las dinámicas de poder, la manipulación mediática y las apelaciones emocionales. El auge de las redes sociales ha exacerbado este problema, creando cámaras de resonancia que fragmentan el discurso racional. Filosóficamente, la dependencia de la democracia del consenso racional se ve socavada por la irracionalidad humana y las influencias externas.

Premisa 4: Estabilidad a través del consenso

La democracia asume que el consenso o la regla de la mayoría fomenta la estabilidad. Sin embargo, Jean-Jacques Rousseau, en El contrato social, señaló que la “voluntad general” es difícil de discernir y a menudo manipulada por facciones. Cuando el consenso se rompe, como en las sociedades polarizadas, la democracia puede conducir a la parálisis o al autoritarismo como reacción. La crítica de Friedrich Nietzsche a la mentalidad de rebaño sugiere además que las mayorías democráticas pueden conformarse con la mediocridad en lugar de buscar la excelencia, lo que debilita la gobernanza.

Premisa 5: Virtud moral de la mayoría

La democracia asume que la voluntad de la mayoría refleja la gobernanza moral o ética. Sin embargo, Alexis de Tocqueville, en La democracia en América, advirtió sobre la “tiranía de la mayoría”, donde la opinión popular puede oprimir a las minorías o reprimir la disidencia. Ejemplos históricos, como el internamiento de los estadounidenses de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial, demuestran cómo las mayorías democráticas pueden respaldar políticas moralmente reprobables.

El atractivo de la democracia reside en su promesa de equidad, participación y rendición de cuentas, pero sus premisas —masas competentes, voz igualitaria, deliberación racional, consenso estable y virtud moral— presentan deficiencias filosóficas porque entran en conflicto con la naturaleza humana y las realidades sociales. Filósofos como Thomas Hobbes, quien en Leviatán defendía una autoridad centralizada fuerte, argumentaron que los seres humanos necesitan un gobierno firme para frenar sus tendencias egoístas y caóticas. El idealismo de la democracia, si bien noble, ignora la complejidad de la psicología humana y las desigualdades estructurales que distorsionan su aplicación, haciéndola impráctica en muchos contextos.

Los fracasos históricos de la democracia, desde Atenas hasta los estados modernos, revelan su susceptibilidad a la exclusión, la manipulación y la inestabilidad. Atributos psicológicos como el egoísmo, los sesgos y el pensamiento cortoplacista obstaculizan una gobernanza eficaz, mientras que las críticas filosóficas exponen los supuestos erróneos de la democracia sobre la competencia humana, la igualdad y la racionalidad. Si bien la democracia sigue siendo un ideal convincente, sus limitaciones prácticas sugieren la necesidad de mecanismos complementarios (como controles a la regla de la mayoría, educación para contrarrestar la desinformación o sistemas híbridos) para abordar sus debilidades inherentes.

No me crea a mi, analice lo arriba descrito en el contexto de los últimos 50 años de democracia en México y pregúntese, ¿De verdad cree que la democracia funciona?